viernes, 30 de abril de 2021

1º de Mayo: Día Internacional del Trabajo

1º de Mayo

Día Internacional del Trabajo

    La conmemoración del 1° de mayo se instituyó en recuerdo de la sangrienta represión sufrida por un grupo de obreros de la ciudad de Chicago en 1886, quienes defendían jornadas de ocho horas de trabajo. Treinta y tres años después de aquellos trágicos sucesos, en 1919, en la primera conferencia de la recién constituída Organización Internacional del Trabajo, se aprobó la adopción universal de la jornada laboral de ocho horas. 

    En la Argentina el 1° de mayo de 1890 un grupo de trabajadores, recordando aquella fecha, se reunió en la plaza de la Recoleta para presentar un petitorio a las autoridades en reclamo de sus derechos. 


Años más tarde el 1° de mayo fue declarado Día del Trabajo, al igual que en gran cantidad de naciones.


Les comparto la letra de una canción de "Viejas Locas" que fue una banda de rock argentina surgida en la década de 1990. Se originó en Buenos Aires, siguiendo la línea de las bandas influenciadas por los Rolling Stones y también por el género del blues, llegando a ser una de las más importantes dentro del subgénero stone durante los años '90.

Homero - Viejas Locas

Cuando sale del trabajo, Homero viene pensando
Que al bajar del colectivo, esquivará unos autos
Cruzará la avenida, se meterá en el barrio
Pasará dando saludos y monedas a unos vagos
Y dobla en el primer pasillo
Y ve que va llegando
Y un ascensor angosto
Lo lleva a la puerta del rancho
Dice estar muy cansado
Y encima hoy no pagaron
Imposible bajarse de esta rutina
Y se pregunta ¿hasta cuando?
Se hace difícil siendo obrero hacerte cargo del pan
De tu esposa, tus hijos, del alquiler y algo más
Y poco disfruta sus días pensando en ¿cómo hará?
Si en ese empleo no pagan y cada vez le piden más
Que injusticia que no se valore
Eficaz si hay responsabilidad
Por que el hoy se mató pensando
Y es lo mismo que uno más, oh
Pero está cansado
Come y se quiere acostar
Vuelve a amanecer y entre diario y mates se pregunta
¿Cuánto más?
Homero está cansado
Come y se quiere acostar
Vuelve a amanecer y entre diario y mates se pregunta
¿Cuánto más?
Y es así
La vida de un obrero es así
La vida en un barrio es así
Y pocos son los que van a zafar
Y es así
Aprendemos ser felices así
La vida del obrero es así
Y pocos son los que van a zafar

martes, 27 de abril de 2021

29 de abril-Dìa del animal

 Cada 29 de abril se celebra en Argentina el Día del Animal, la fecha conmemora el fallecimiento del Dr. Ignacio Lucas Albarracín, fundador de la Sociedad Protectora de Animales y precursor de la Ley Nacional de Protección de Animales (Nº 2786). 



¿Por qué amar a los animales?

Quienes tenemos una mascota en casa, sabemos la fortuna que es contar con su amor incondicional.Es importante enseñar a  los  niños a respetar y amar a los animales  para que aprendan a tener la misma compasión y respeto por las personas. Entender la importancia de cada uno en el entorno es aprender a valorar más la vida. 


¿Por qué amar a los animales?

En este hermoso texto de María Teresa de Calcuta, que he editado en vídeo, está la respuesta...

Porque lo dan todo, sin pedir nada.

Porque ante el poder del hombre que cuenta con armas... son indefensos.

Porque son eternos niños, porque no saben de odios... ni guerras.

Porque no conocen el dinero y se conforman solo con un techo donde guarecerse del frío.

Porque se dan a entender sin palabras, porque su mirada es pura como su alma.

Porque no saben de envidia ni rencores, porque el perdón es algo natural en ellos.

Porque saben amar con lealtad y fidelidad.

Porque dan vida sin tener que ir a una lujosa clínica.

Porque no compran amor, simplemente lo esperan y porque son nuestros compañeros, eternos

 amigos que nunca traicionan.

Y porque están vivos.

Por esto y mil cosas más...merecen nuestro amor...!

-Madre Teresa de Calcuta-

viernes, 23 de abril de 2021

Día Internacional del Libro

El Día Internacional del Libro es una conmemoración celebrada cada 23 de abril a nivel mundial con el objetivo de fomentar la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor. Desde 1988, es una celebración internacional promovida por la UNESCO. El 15 de junio de 1989 se inició en varios países, y en 2010 la celebración ya había alcanzado más de cien.

Se trata de un día simbólico para la literatura mundial, ya que ese día, en 1616, fallecieron: 

Cervantes

Shakespeare 

Garcilaso de la Vega 

La fecha también coincide con el nacimiento o la muerte de otros autores prominentes, como Maurice Druon, Haldor K.Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla, Manuel Mejía Vallejo y William Wordsworth. 

El Día Internacional del Libro se creó en honor a estos autores fallecidos.

Fue natural que la Conferencia General de la UNESCO, celebrada en París en 1995, decidiera rendir un homenaje universal a los libros y autores en esta fecha, alentando a todos, y en particular a los jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y a valorar las irreemplazables contribuciones de aquellos quienes han impulsado el progreso social y cultural de la humanidad. Respecto a este tema, la UNESCO creó el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, así como el Premio UNESCO de Literatura Infantil y Juvenil Pro de la Tolerancia.

jueves, 22 de abril de 2021

Día de la Tierra

 

¿Cuándo es el Día de la Tierra?

Según el refrán “Todos los días son el Día de la Tierra”. Pero se celebra popularmente el 22 de abril. ¿Por qué?

Las malas lenguas sostienen que el 22 de abril fue elegido como el Día de la Tierra por el cumpleaños de Vladimir Lenin, el fundador de la Unión Soviética, que por una mera coincidencia se celebran el mismo día.

"El objetivo de Lenin era destruir la propiedad privada, meta que también comparten los ambientalistas”,  publicó en 2004 la web Capitalism Magazine.

Kathleen Rogers, presidenta de la organización del Día de la Tierra en Washington y una de las primeras fundadoras en la organización del Día de la Tierra, se burla de la teoría.

Según Kathleen, una de las principales razones para elegir aquel 22 de abril de 1970 como el primer Día de la Tierra porque ese año cayó en un miércoles, el día de la semana ideal para convocar una manifestación por el medio ambiente en todo el país.

"Todo funcionó a la perfección, porque todo el mundo fue a la manifestación al terminar su jornada laboral” dijo Kathleen.

De hecho, más de 20 millones de personas en los EE.UU. participaron en el primer Día de la Tierra. A partir de entonces, este día se celebra cada año con la una participación superior a los mil millones de personas en 180 países de todo el mundo, según los datos de Rogers.

Gente enfadada y un político frustrado

El Día de la Tierra tiene sus raíces en en 1960, la década del activismo combativo: “El medioambiente empezaba a sufrir y la gente estaba enfadada”.

"En algunas ciudades del país, no era raro que pudieras caminar por el centro el plena hora punta y no poder ver nada debido a la contaminación”, dijo.

A pesar del desencanto popular, las cuestiones ecológicas no estaban presentes en la agenda de los políticos de americanos, cuestión que irritaba al senador por Wisconsin, Gaylord Nelson, cuyas campañas en favor del medio ambiente durante la década de 1960 no surtieron efecto.

martes, 20 de abril de 2021

El Loro Pelado- Horacio Quiroga

EL LORO PELADO

Había una vez una banda de loros que vivía en el monte.

De mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien.

Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales, después, se pudren con la lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comer guisados, los peones los cazaban a tiros.

Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo llevó a la casa, para los hijos del patrón, los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y con el pico les hacía cosquillas en la oreja.

Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subía con el pico y las patas por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche.

Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar. Decía: "¡Buen día lorito!..." "¡Rica la papa!..." "¡Papa para Pedrito!...". Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras.

Cuando llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco.

Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su five o'clock tea.

Ahora bien: en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando:
 
—"¡Qué lindo día, lorito!... ¡Rica papa!... ¡La pata, Pedrito!..." —y volaba lejos, hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió, siguió, siguió volando, hasta que se asentó por fin en un árbol a descansar.

Y he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz.

—¿Qué será? —se dijo el loro—. "¡Rica, papa!..." ¿Qué será eso?... "¡Buen día, Pedrito!..."

El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando de rama en rama, hasta acercarse. Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo fijamente.

Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo.

—¡Buen día, tigre! —le dijo—. "¡La pata, Pedrito!..."

Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene le respondió:

—¡Bu-en-día!

—¡Buen día, tigre! —repitió el loro—. "¡Rica papa!... ¡rica papa!... ¡rica papa!..."

Y decía tantas veces "¡rica papa!" porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado de que los bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al tigre.

—¡Rico té con leche!—le dijo—. "¡Buen día, Pedrito!..." ¿Quieres tomar té con leche conmigo, amigo tigre?

Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además, como tenía a su vez hambre se quiso comer al pájaro hablador. Así que le contestó:

—¡Bue-no! ¡Acérca-te un po-co que soy sordo!

El tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca del suelo.

—¡Rica papa, en casa! —repitió, gritando cuanto podía.

—¡Más cer-ca! ¡No oi-go! —respondió el tigre con su voz ronca. El loro se acercó un poco más y dijo:
 
—¡Rico té con leche!

—¡Más cer-ca toda-vía! —repitió el tigre.

El pobre loro se acercó aun más, y en ese momento el tigre dio un terrible salto, tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola.

—¡Tomá! —Rugió el tigre—. Andá a tomar té con leche...

El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro.

Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la cocinera.
¡Pobre Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo que puede darse, todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de frío y de vergüenza.

Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia:

—¿Dónde estará Pedrito? —decían. Y llamaban— ¡Pedrito! ¡Rica papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!.

Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a llorar.

Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre Pedrito! Nunca más lo verían porque había muerto.

Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer y subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, e iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer.

Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del té vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera pasado. Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y con lindísimas plumas.


—¡Pedrito, lorito! —le decían—. ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué plumas brillantes que tiene el lorito!
 
Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una palabra. No hacía sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es hablar, ni una sola palabra.

Por eso, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la mañana siguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le contó lo que había pasado: Un paseo al Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento cantando:

—¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡Ni una pluma! Y lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos.
El dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay.
Convinieron en que cuando Pedrito viera al Tigre, lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta.

Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Y por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vio de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los ojos del tigre.

Entonces el loro se puso a gritar:

—¡Lindo día!... ¡Rica papa!... ¡Rico té con leche!... ¿Querés té con leche?. ..

El tigre enojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía haber muerto, y que tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esa vez no se le escaparía, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz ronca:

—¡Hacer-ca-te más! ¡Soy sor-do!

El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando:

—¡Rico, pan con leche! ... ¡ESTA AL PIE DE ESTE ARBOL ! ...

Al oír estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levantó de un salto.

—¿Con quién estás hablando? —bramó—. ¿A quién le has dicho que estoy al pie de este árbol?

—¡A nadie, a nadie! —gritó el loro—. "¡Buen día, Pedrito! ... ¡La pata, lorito!..."

Y seguía charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había dicho: está al pie de este árbol para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien agachado y con la escopeta al hombro. 

Y llegó un momento en que el loro no pudo acercarse más, porque si no, caía en la boca del tigre, y entonces gritó:

—"¡Rica papa!…" ¡ATENCION!

—¡Más cer-ca aun! —rugió el tigre, agachándose para saltar.

—"¡Rico, té con leche!..." ¡CUIDADO VA A SALTAR!

Y el tigre saltó, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una flecha en el aire. Pero también en ese mismo instante el hombre, que tenía el cañón de la escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un bramido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto.

Pero el loro, ¡qué gritos de alegría daba! ¡Estaba loco de contento, porque se había vengado
—¡y bien vengado!— del feísimo animal que le había sacado las plumas!

El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y, además, tenía la piel para la estufa del comedor.

Cuando llegaron a la casa, todos supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol y todos lo felicitaron por la hazaña que había hecho.

Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche.

—¡Rica papa!... —le decía—. ¿Querés té con leche?. ¡La papa para el tigre!... Y todos se morían de risa. Y Pedrito también.


Después de leer el cuento…

1.Estos son algunos momentos importantes del cuento. 
Ordénalos escribiendo junto a cada oración los números del 1 al 5.


-------Un loro es herido de un disparo por un peón.

-------El tigre ataca al loro y le arranca las plumas.

-------El loro y el patrón matan al tigre.

-------Unos niños curan al loro y lo adoptan como su mascota.

-------Un día el loro pasea por la selva y se encuentra con un tigre.


2. Escribe qué sucede en esta imagen

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------





 

miércoles, 14 de abril de 2021

El Día de las Américas

El Día de las Américas es una celebración anual que tiene lugar el 14 de abril en todas las repúblicas americanas, como símbolo de su soberanía y de su unión voluntaria en una comunidad continental. Cada año, sea por promulgación presidencial o legislativa, esta efeméride es conmemorada en ciudades, pueblos y comunidades.


El primer Día de las Américas fue celebrado a lo largo del continente americano en 1931. Se eligió el 14 de abril por ser la fecha de 1890 en que, mediante resolución de la Primera Conferencia Internacional Americana (celebrada en el Distrito de Columbia, entre octubre de 1889 y abril de 1890), se crearon la Unión de las Repúblicas Americanas y su secretaría permanente, la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas. Estas dieron paso a la Unión Panamericana y finalmente a la actual Organización de los Estados Americanos (OEA) en 1948.


Honduras, Guatemala y Haití declararon el 14 de abril como fiesta nacional. En estas y otras naciones de la por entonces Unión Panamericana hubo recepciones diplomáticas, celebraciones públicas y civiles, programas en las escuelas y una gran cantidad de proclamaciones promoviendo los principios del panamericanismo.

La lista de países de la versión original, que incluye a Cuba (y que es la utilizada en dicho país), es la siguiente:

Argentina, Brasil y Bolivia,

Colombia, Chile y Ecuador,

Uruguay, Venezuela, Honduras,

Guatemala y El Salvador,

Costa Rica, Haití, Nicaragua,

Cuba y Paraguay,

Norteamérica(Estados Unidos, Canadá, Bermuda), México y Perú,

Santo Domingo y Panamá.


Te Invitamos a que vayas nombrando los países que la integran y toques la bandera en el siguiente afiche.



domingo, 11 de abril de 2021

Biografía de Mark Twain

Mark Twain (Seudónimo)

Nombre completo: 
Samuel Langhorne Clemens


Biografía de Mark Twain
Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, fue un periodista, escritor y humorista estadounidense que nació en Florida, Misuri, Estados Unidos el 30 de noviembre de 1835 y que falleció en Connecticut el 21 de abril de 1910. 

Llamado por William Faulkner "el padre de la literatura americana", Twain escribió más de 500 obras, comenzando su carrera como tipógrafo, y viajando de ciudad en ciudad y de una imprenta a otra.
Poco a poco se desarrolló como periodista, época en la que adoptó el pseudónimo de Mark Twain, pero sus visiones críticas contra el racismo, el esclavismo y otros temas sociales conflictivos truncaron esta vocación; fue mediante sus relatos y novelas con las que finalmente obtuvo reconocimiento, siendo conocidas hoy en día sobre todo Las aventuras de Tom Sawyer (1976) y Las aventuras de Huckleberry Finn (1984), considerada esta última por muchos como "la gran novela americana". 

A pesar de su inmenso éxito como escritor, varias malas inversiones y el engaño de sus editores lo obligaron a sobrevivir a base de dar conferencias por todo el mundo. Se casó con su gran amor, a quien estuvo cortejando por carta durante un año, y tuvo con ella cuatro hijos, aunque tres de ellos murieron antes que él, al igual que su esposa.







 

sábado, 10 de abril de 2021

Robert Louis Stevenson

Robert Louis Stevenson

(Edimburgo, 1850 - Vailima Upolu, Samoa Occidental, 1894) Escritor escocés. En la tumba de Stevenson, en una lejana isla de los mares del Sur a la que se retiró por motivos de salud, figura grabado el apodo que le dieron los samoanos: Tusitala, que en español significaría «el contador de historias». En efecto, la literatura de Stevenson es uno de los más claros ejemplos de la novela-narración, el «romance» por excelencia.


Robert Louis Stevenson

Hijo de un ingeniero, R. L. Stevenson se licenció en derecho en la Universidad de Edimburgo, aunque nunca ejerció la abogacía. En busca de un clima favorable para sus delicados pulmones, viajó continuamente, y sus primeros libros son descripciones de algunos de estos viajes (Viaje en burro por las Cevennes).

En un desplazamiento a California conoció a Fanny Osbourne, una dama estadounidense divorciada diez años mayor que él, con quien contrajo matrimonio en 1879. Por entonces se dio a conocer como novelista con La isla del tesoro (1883). Posteriormente pasó una temporada en Suiza y en la Riviera francesa, antes de regresar al Reino Unido en 1884.

La estancia en su patria, que se prolongó hasta 1887, coincidió con la publicación de dos de sus novelas de aventuras más populares, La flecha negra y Raptado, así como su relato El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886), una obra maestra del terror fantástico.

En 1888 inició con su esposa un crucero de placer por el sur del Pacífico que los condujo hasta las islas Samoa. Y allí viviría hasta su muerte, venerado por los nativos. Entre sus últimas obras están El señor de BallantraeEl náufragoCariona y la novela póstuma e inacabada El dique de Hermiston.

Su popularidad como escritor se basó fundamentalmente en los emocionantes argumentos de sus novelas fantásticas y de aventuras, en las que siempre aparecen contrapuestos el bien y el mal, a modo de alegoría moral que se sirve del misterio y la aventura. Cantor del coraje y la alegría, dejó una vasta obra llena de encanto, con títulos inolvidables.


 

viernes, 9 de abril de 2021

"El Crimen de Lord Arthur Savile" Oscar Wilde

Lord Arthur Savile, un joven con un porvenir promisorio, ha decidido casarse. Sin embargo, un obstáculo inesperado e incómodo retrasa su proyecto cuando un quiromante le confiesa que ve un asesinato en su futuro. A partir de ese momento, Lord Savile decidirá tomar las riendas de su destino para poder casarse cuanto antes y proseguir así con su apacible y ordenada vida de siempre. Pero los denodados esfuerzos del joven por pasar página fracasan una y otra vez. Un relato divertido y asombroso en el que Wilde, con su envidiable capacidad irónica, urde una comedia brillante y un alegato enérgico contra la superstición.


miércoles, 7 de abril de 2021

Teseo, Ariadna y el Minotauro. Graciela Montes

Mito Griego
Teseo, Ariadna, el Minotauro y el Laberinto


Hace miles de años, la isla de Creta era gobernada por un famoso rey llamado Minos. Eran tiempos de prosperidad y riqueza.

El poder del soberano se extendía sobre muchas islas del mar Egeo y los demás pueblos sentían un gran respeto por los cretenses. Minos llevaba ya muchos años en el gobierno cuando recibió la terrible noticia de la muerte de su hijo. Había sido asesinado en Atenas. Su ira no se hizo esperar. Reunió al ejército y declaró la guerra contra los atenienses.

Atenas, en aquel tiempo, era aún una ciudad pequeña y no pudo hacer frente al ejército de Minos. Por eso envió a sus embajadores a convenir la paz con el rey cretense. Minos los recibió y les dijo que aceptaba no destruir Atenas pero que ellos debían cumplir con una condición: enviar a catorce jóvenes, siete varones y siete mujeres, a la isla de Creta, para ser arrojados al Minotauro.

En el palacio de Minos había un inmenso laberinto, con cientos de salas, pasillos y galerías. Era tan grande que si alguien entraba en él jamás encontraba la salida. Dentro del laberinto vivía el Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Cada luna nueva, los cretenses debían internar a un hombre en el laberinto para que el monstruo lo devorara. Si no lo hacían, salía fuera y llenaba la isla de muerte y dolor.

Cuando se enteraron de la condición que ponía Minos, los atenienses se estremecieron. No tenían alternativa. Si se rehusaban, los cretenses destruirían la ciudad y muchos morirían. Mientras todos se lamentaban, el hijo del rey, el valiente Teseo, dio un paso adelante y se ofreció para ser uno de los jóvenes que viajarían a Creta.

El barco que llevaba a los jóvenes atenienses tenía velas negras en señal de luto por el destino oscuro que le esperaba a sus tripulantes. Teseo acordó con su padre, el rey Egeo de Atenas, que, si lograba vencer al Minotauro, izaría velas blancas. De este modo el rey sabría qué suerte había corrido su hijo.

En Creta, los jóvenes estaban alojados en una casa a la espera del día en que el primero de ellos fuera arrojado al Minotauro. Durante esos días, Teseo conoció a Ariadna, la hija mayor de Minos. Ariadna se enamoró de él y decidió ayudarlo a Matar al monstruo y salir del laberinto. Por eso le dio una espada mágica y un ovillo de hilo que debía atar a la entrada y desenrollar por el camino para encontrar luego la salida.
Ariadna le pidió a Teseo que le prometiera que, si lograba matar al Minotauro, la llevaría luego con él a Atenas, ya que el rey jamás le perdonaría haberlo ayudado.

Llegó el día en que el primer ateniense debía ser entregado al Minotauro. Teseo pidió ser él quien marchara hacia el laberinto. Una vez allí, ató una de las puntas del ovillo a una piedra y comenzó a adentrarse lentamente por los pasillos y las galerías. A cada paso aumentaba la oscuridad. El silencio era total hasta que, de pronto, comenzó a escuchar a lo lejos unos resoplidos como de toro. El ruido era cada vez mayor.
Por un momento Teseo sintió deseos de escapar. Pero se sobrepuso al miedo e ingresó a una gran sala. Allí estaba el Minotauro. Era tan terrible y aterrador como jamás lo había imaginado. Sus mugidos llenos de ira eran ensordecedores. Cuando el monstruo se abalanzó sobre Teseo, éste pudo clavarle la espada. El Minotauro se desplomó en el suelo. Teseo lo había vencido.

Cuando Teseo logró reponerse, tomó el ovillo y se dirigió hacia la entrada. Allí lo esperaba Ariadna, quien lo recibió con un abrazo. Al enterarse de la muerte del Minotauro, el rey Minos permitió a los jóvenes atenienses volver a su patria. Antes de que zarparan, Teseo introdujo en secreto a Ariadna en el barco, para cumplir su promesa. A ella se agregó su hermana Fedra, que no quería separarse de su hermana.
El viaje de regreso fue complicado. Una tormenta los arrojó a una isla. En ella se extravió Ariadna y, a pesar de todos los esfuerzos, no pudieron encontrarla. Los atenienses, junto a Fedra, continuaron viaje hacia su ciudad. Cuando Ariadna, que estaba desmayada, se repuso, corrió hacia la costa y gritó con todas sus fuerzas, pero el barco ya estaba muy lejos.
Teseo, contrariado y triste por lo ocurrido con Ariadna, olvidó izar las velas blancas.

El rey Egeo iba todos los días a la orilla del mar a ver si ya regresaba la nave. Cuando vio las velas negras pensó que su hijo había muerto. De la tristeza no quiso ya seguir viviendo y se arrojó desde una altura al mar. Teseo fue recibido en Atenas como un héroe. Los atenienses lo proclamaron rey de Atenas y Teseo tomó como esposa a Fedra




 ¿Qué es un mito?


lunes, 5 de abril de 2021

Cuento "El Amigo fiel" de Oscar Wilde

El amigo fiel

[Cuento - Texto completo.]
Oscar Wilde 

   Una mañana, la vieja Rata de Agua sacó la cabeza fuera de su madriguera. Tenía los ojos claros, parecidos a dos gotas brillantes, unos bigotes grises muy tiesos y una cola larga, que parecía una larga cinta elástica negra. Los patitos nadaban en el estanque, como si fueran una bandada de canarios amarillos, y su madre, que tenía el plumaje blanquísimo y las patas realmente rojas, trataba de enseñarles a mantener la cabeza bajo el agua.

-Nunca podréis codearos con la alta sociedad, a menos que aprendáis a manteneros bajo el agua -les repetía machaconamente, mostrándoles de vez en cuando cómo se hacía.

Pero los patitos no prestaban atención; eran tan pequeños que no entendían las ventajas de pertenecer a la sociedad.

-¡Qué chiquillos más desobedientes! -gritó la vieja Rata de Agua-. Realmente merecen ser ahogados.

-¡Qué cosas dice usted! -respondió la Pata-. Nadie nace enseñado y a los padres no nos queda más remedio que tener paciencia.

-¡Ay! No sé nada de los sentimientos de los padres -dijo la Rata de Agua-. No soy madre de familia; en realidad nunca me he casado, ni tengo intención de hacerlo. El amor está bien, dentro de lo que cabe, pero la amistad es un sentimiento mucho más elevado. La verdad es que no creo que haya nada en el mundo más noble ni más raro que una amistad verdadera.

-Y dígame usted, por favor, ¿cuáles son, a su juicio, los deberes de un amigo fiel? -le preguntó un Pinzón Verde, que estaba posado encima de un sauce llorón muy cerca de allí, y que había oído la conversación.

-Sí, eso es justamente lo que yo quisiera saber -dijo la Pata mientras se alejaba nadando hasta la otra orilla del estanque y allí metía la cabeza en el agua, para dar buen ejemplo a sus pequeños.

-¡Qué pregunta más tonta! -exclamó la Rata de Agua-. Qué duda cabe de que, si un amigo mío es fiel, es porque me es fiel a mí.

-¿Y usted qué haría a cambio? -preguntó el pajarillo, que se columpiaba sobre una rama plateada batiendo sus diminutas alas.

-No te entiendo -le contestó la Rata de Agua.

-Deje que te cuente un cuento sobre eso -dijo el Pnzón.

-¿Es un cuento sobre mí? -preguntó la Rata de Agua- Porque, si lo es, estoy dispuesta a escucharlo. Me encantan los cuentos.

-Se le podría aplicar -contestó el Pinzón.

Y bajó volando del árbol y, posándose a la orilla del estanque, empezó a contar el cuento del Amigo Fiel.

-Erase una vez -comenzó a decir el Pinzón- un honrado muchacho, que se llamaba Hans.

-¿Era muy distinguido? -preguntó la Rata de Agua.

-No -contestó el Pinzón-. No creo que lo fuera, excepto por su buen corazón y su carilla redonda y simpática. Vivía solo, en una casa pequeñita y todo el día lo pasaba cuidando del jardín. No había jardín más bonito que el suyo en los alrededores: en él crecían minutisas y alhelíes, y pan y quesillo y campanillas blancas. Había rosas de Damasco y rosas amarillas y azafranes de oro y azul, y violetas moradas y blancas. La aguileña y la cardamina, la mejorana y la albahaca silvestre, la primavera y la flor de lis, el narciso y la clavellina brotaban y florecían unas tras otras, según pasaban los meses, de tal modo que siempre había cosas hermosas para la vista y exquisitos perfumes para el olfato.

El pequeño Hans tenía muchísimos amigos, pero el más fiel de todos era el grandote Hugo el Molinero. Tan leal le era el ricachón Hugo al pequeño Hans, que no pasaba nunca por su jardín sin inclinarse por encima de la tapia para arrancar un ramillete de flores, o un puñado de hierbas aromáticas, o sin llenarse los bolsillos de ciruelas y cerezas, si estaban maduras.

-Los amigos verdaderos deberían compartir todas las cosas -solía decir el Molinero.

Y pequeño Hans asentía y sonreía, muy orgulloso de tener un amigo con tan nobles ideas.

Aunque la verdad es que, a veces, a los vecinos les extrañaba que el rico Molinero nunca diera al pequeño Hans nada a cambio, a pesar de que tenía cien sacos de harina almacenados en el molino y seis vacas lecheras y un gran rebaño de ovejas de lana. Pero a Hans nunca se le pasaban por la cabeza estos pensamientos y nada le daba tanta satisfacción como escuchar las maravillosas cosas que el Molinero solía decir sobre la falta de egoísmo y la verdadera amistad.

El pequeño Hans trabajaba en su jardín. Durante la primavera, el verano y el otoño era muy feliz; pero llegaba el invierno y se encontraba con que no tenía ni fruta, ni flores que llevar al mercado, y sufría mucho por el frío y por el hambre. En ocasiones tenía que irse a la cama sin más cena que unas cuantas peras secas o algunas nueces duras. Y además, en invierno, estaba muy solo, ya que el Molinero nunca iba a visitarlo.

-No es conveniente que vaya a ver al pequeño Hans mientras haya nieve -decía el Molinero a su mujer-. Porque, cuando la gente tiene problemas, es preferible dejarla sola y no molestarla con visitas. Por lo menos, ésta es la idea que yo tengo de la amistad, y estoy convencido de que es lo correcto. Por lo tanto esperaré a que llegue la primavera y después le haré una visita y podrá darme una cesta llena de prímulas, y con ello será feliz.

-Eres muy considerado con todo el mundo -le decía su mujer, sentada en un cómodo sillón junto a un buen fuego de leña-, muy considerado. Da gusto oírte hablar de la amistad. Estoy segura de que ni un sacerdote diría las cosas tan bien como tú, y eso que vive en una casa de tres plantas y lleva un anillo de oro en el dedo meñique.

-¿Pero no podríamos invitar al pequeño Hans a que suba a vernos? -preguntó el hijo menor del Molinero? -Si el pobre está en apuros, le daré la mitad de mis gachas y le enseñaré mis conejitos blancos.

-¡Pero qué tonto eres! -exclamó el Molinero- Realmente no sé para qué te mando a la escuela, pues la verdad es que no aprendes nada. Mira, si el pequeño Hans viniera a casa y viera el fuego tan hermoso que tenemos y nuestra buena cena y nuestro hermoso barril de vino tinto, le daría envidia. Y la envidia es una cosa tremenda, capaz de echar a perder a cualquiera. Y yo no permitiré que se eche a perder el carácter de Hans. Soy su mejor amigo y siempre velaré por él, y que no caiga en tentación. Además, si Hans viniera a casa, podría pedirme prestado un poco de harina, y eso sí que no lo puedo hacer. Una cosa es la harina y otra la amistad, y no hay que confundirlas. Está claro que son dos palabras diferentes y significan cosas distintas. Eso lo sabe cualquiera.

-¡Pero qué bien hablas! -dijo la mujer del Molinero, sirviéndose un gran vaso de cerveza tibia-. Estoy medio amodorrada, como si estuviera en la iglesia.

-Mucha gente obra bien -prosiguió el Molinero-, pero muy poca habla bien, lo que nos demuestra que es mucho más difícil hablar que obrar; aunque también es mucho más elegante.

Y se quedó mirando con severidad, por encima de la mesa, a su hijo pequeño, que se sintió tan avergonzado que bajó la cabeza, se puso muy colorado y se echó a llorar encima de la merienda. Pero era tan joven que hay que disculparlo.

-¿Y así acaba el cuento? -preguntó la Rata de Agua.

-Claro que no -contestó el Pirizón- Así es como empieza.

-Pues entonces no está usted al día -le dijo la Rata de Agua-. Hoy los buenos narradores empiezan por el final, siguen por el principio y terminan por el medio. Así es el nuevo método. Se lo oí decir el otro día a un crítico, que ia paseando alrededor del estanque con un joven. Hablaba del asunto con todo detalle y estoy segura de que estaba en lo cierto, porque llevaba gafas azules, y era calvo, y, a cada observación que hacía el joven, le respondía: «¡Psss!» Pero le ruego que continúe usted con el cuento. Me encanta el Molinero. Yo también estoy lleno de hermosos sentimientos, de modo que tenemos muchas cosas en común.

-Pues bien -dijo el Pinzón, apoyándose ora en una patita ora en la otra-, tan pronto como acabó el invierno y las prímulas comenzaron a abrir sus pálidas estrellas amarillas, el Molinero le dijo a su mujer que iba a bajar a ver al pequeño Hans.

-¡Ay, qué buen corazón tienes! -le dijo su mujer-. ¡Siempre estás pensando en los demás! No te olvides de llevar la cesta grande para las flores.

Así que el Molinero sujetó las aspas del molino de viento con una gruesa cadena de hierro y bajó por la colina con la cesta en su brazo.

-Buenos días, pequeño Hans -dijo el Molinero.

-Buenos días -dijo Hans, apoyándose en la pala con una sonrisa de oreja a oreja.

-¿Y qué tal has pasado el invierno? -dijo el Molinero.

-Bueno, la verdad es que eres muy amable al preguntármelo, muy amable, sí, señor -exclamó Hans. Te diré que lo he pasado bastante mal, pero ya ha llegado la primavera y estoy muy contento, y todas mis flores están hechas una maravilla.

-Hemos hablado muchas veces de ti este invierno, Hans -dijo el Molinero-, y nos preguntábamos qué tal te iría.

 -Qué amables sois -dijo Hans- Y yo que me temía que me hubierais olvidado.

-Hans, me sorprendes -dijo el Molinero- Los amigos nunca olvidan. Eso es lo más maravilloso de la amistad, pero me temo que no seas capaz de entender la poesía de la vida. Y, a propósito, ¡qué bonitas están tus prímulas!

-Realmente están preciosas -dijo Hans-; y es una suerte para mí tener tantas. Voy a llevarlas al mercado y se las venderé a la hija del alcalde, y con el dinero que me dé compraré otra vez mi carretilla.

-¿Que comprarás de nuevo tu carretilla? ¡No mé irás a decir que la has vendido! ¡Qué cosa más tonta!

-La verdad es que no tuve más remedio que hacerlo dijo Hans. Pasé un invierno muy malo, y no tenía dinero ni para comprar pan. Así que primero vendí la bolonadura de plata de la chaqueta de los domingos, y luego vendí la cadena de plata y después la pipa grande, y por último la carretilla. Pero ahora voy a comprarlo todo otra vez.

-Hans -le dijo el Molinero-, voy a darte mi carretilla. No está en muy buen estado, porque le falta un lado y tiene rotos algunos radios de la rueda. Pero, a pesar de ello, voy a dártela. Ya sé que es una muestra de generosidad por mi parte y que muchísima gente pensará que soy tonto de remate por desprenderme de ella, pero es que yo no soy como los demás. Creo que la generosidad es la esencia de la amistad y, además, tengo una carretilla nueva. De modo que puedes estar tranquilo; te daré mi carretilla.

-Es muy generoso por tu parte -dijo el pequeño Hans, y su graciosa carita redonda resplandecía de alegría-. La puedo arreglar fáciImente, pues tengo un tablón en casa:

-¡Un tablón! -exclamó el Molinero- Pues eso es lo que necesito para arreglar el tejado del granero, que tiene un agujero muy grande y, si no lo tapo, el grano se va a mojar. ¡Es una suerte que me lo hayas dicho! Es sorprendente ver cómo una buena acción siempre genera otra. Yo te he dado mi carretilla y ahora tú me vas a dar una tabla. Por supuesto que la carretilla vale muchísimo más que la tabla, pero la auténtica amistad nunca se fija en cosas como ésas. Anda, haz el favor de traerla enseguida, que quiero ponerme a arreglar el granero hoy mismo.

-Voy corriendo -exclamó el pequeño Hans.

Y salió disparado hacia el cobertizo y sacó el tablón a rastras.

-No es una tabla muy grande -dijo el Molinero mirándola-. Y me temo que, después de que haya arreglado el granero, no sobrará nada para que arregles la carretilla. Claro que eso no es culpa mía. Bueno, y ahora que te he regalado la carretilla, estoy seguro de que te gustaría darme a cambio algunas flores. Aquí tienes la cesta, y procura llenarla hasta arriba.

-¿Hasta arriba? -dijo el pobre Hans, muy afligido, porque era una cesta grandísima y sabía que, si la llenaba, no le quedarían flores para llevar al mercado; y estaba ansioso por recuperar su botonadura de plata.

-Bueno, en realidad –dijo el Molinero-, como te he dado la carretilla, no creo que sea mucho pedirte un puñado de flores. Puede que esté equivocado, pero, para mí, la amistad, la verdadera amistad, ha de estar libre de cualquier tipo de egoísmo.

-Ay, mi querido amigo, mi mejor amigo -exclamó el pequeño Hans , todas las flores de mi jardín están a tu disposición. Prefiero mucho más ser digno de tu estima que recuperar la botonadura de plata.

Y salió disparado a coger todas sus lindas prímulas y llenó la cesta del Molinero.

-Adiós, pequeño Hans -le dijo el Molinero, mientras subía por la colina, con el tablón al hombro y la gran cesta en la mano.

-Adiós -respondió el pequeño Hans.

Y se puso a cavar tan contento, pues estaba encantado con la carretilla.

Al día siguiente estaba sujetando unas ramas de madreselva en el porche cuando oyó la voz del Molinero, que le llamaba desde el camino. Así que saltó de la escalera, cruzó corriendo el jardín y miró por encima de la tapia.

Allí estaba el Molinero con un gran saco de harina al hombro.

-Querido Hans -le dijo el Molinero-, ¿te importaría llevarme este saco de harina al mercado?

-Lo siento mucho -comentó Hans-, pero es que hoy estoy muy ocupado. Tengo que levantar todas las enredaderas, y regar las flores y atar la hierba.

-Bueno, pues, teniendo en cuenta que voy a regalarte mi carretilla, es bastante egoísta por tu parte negarte a hacerme este favor.

-Oh, no digas eso -exclamó el pequeño Hans-. No querría ser egoísta por nada del mundo.

Y entró corriendo en casa a buscar su gorra y se fue caminando al pueblo con el gran saco a sus espaldas.

Hacía mucho calor, y la carretera estaba cubierta de polvo y, antes de llegar al sexto mojón, Hans tuvo que sentarse a descansar. Sin embargo prosiguió muy animoso su camino, y llegó al mercado. Después de un rato, vendió el saco de harina a muy buen precio y regresó a casa inmediatamente, temeroso de que, si se le hacía tarde, pudiera encontrar a algún ladrón en el camino.

-Ha sido un día muy duro -se dijo Hans mientras se metía en la cama- Pero me alegro de no haber dicho que no al Molinero, porque es mi mejor amigo y, además, me va a dar su carretilla, A la mañana siguiente, muy temprano, el Molinero bajó a recoger el dinero del saco de harina, pero el pobre Hans estaba tan cansado, que todavía seguía en la cama.

-Válgame, Dios -dijo el Molinero-, qué perezoso eres. La verdad es que, teniendo en cuenta que voy a darte mi carretilla, podías trabajar con más ganas. La pereza es un pecado muy grave, y no me gusta que ninguno de mis amigos sea vago ni perezoso. No te parezca mal que te hable tan claro. Por supuesto que no se me ocurriría hacerlo si no fuera tu amigo. Pero eso es lo bueno de la amistad, que uno puede decir siempre lo que piensa. Cualquiera puede decir cosas amables e intentar alabar a los demás; pero un amigo verdadero siempre dice las cosas desagradables, y no le importa causar dolor. Es más, si es un verdadero amigo lo prefiere, porque sabe que está obrando bien.

-Lo siento mucho -dijo el pobre Hans frotándose los ojos, y quitándose el gorro de dormir-. Pero estaba tan cansado que quise quedarme un rato en la cama, escuchando el canto de los pájaros. ¿Sabes que trabajo mejor cuando he oído cantar a los pájaros?

-Bien, me alegro -dijo el Molinero, dándole una palmadita en la espalda-, porque, tan pronto estés vestido, quiero que subas conmigo al molino y me arregles el tejado del. granero.

El pobrecito Hans estaba deseando ponerse a trabajar en el jardín, porque hacía dos días que no regaba las flores, pero no quería decir que no al Molinero, que era tan amigo suyo.

-¿Crees que no sería muy buen amigo tuyo si te dijera que tengo mucho que hacer? preguntó con voz tímida y vergonzosa.

-Bueno, en realidad no creo que sea mucho pedirte, teniendo en cuenta que te voy a dar mi carretilla -le contestó el Molinero-. Pero, si no quieres, lo haré yo mismo.

-¡De ninguna manera! -exclamó Hans y, saltando de la cama, se vistió y subió al granero. Allí trabajó todo el día, y al anochecer fue el Molinero a ver cómo iba la obra.

-¿Has arreglado ya el agujero del tejado, Hans? -le preguntó el Molinero con voz alegre.

-Está completamente arreglado -contestó el pequeño Hans, mientras se bajaba de la escalera.

-¡Ay! No hay trabajo más agradable que el que se hace por los demás -dijo el Molinero.

-Realmente es un privilegio oírte hablar -respondió el pequeño Hans, sentándose y enjugándose e! sudor de la frente- Es un gran privilegio. Lo malo es que yo nunca tendré unas ideas tan bonitas como las tuyas.

-Ya verás cómo se te ocurren, si te empeñas -dijo el Molinero- De momento, tienes sólo la práctica de la amistad; algún día tendrás también la teoría.

-¿De verdad crees que la tendré? -preguntó el pequeño Hans.

-No tengo la menor duda -contestó el Molinero-. Pero ahora que ya has arreglado el tejado, deberías ir a casa a descansar, quiero que mañana me lleves las ovejas al monte.

El pobre Hans no se atrevió a replicar, y a la mañana siguiente, muy temprano, el Molinero le llevó sus ovejas cerca de la casa, y Hans se fue al monte con ellas. Le llevó todo el día subir y bajar del monte y, cuando regresó a casa, estaba tan cansado, que se quedó dormido en una silla y no se despertó hasta bien entrado el día.

-¡Qué bien lo voy a pasar trabajando el jardín!», se dijo Hans; e inmediatamente se puso a trabajar.

Pero cuándo por una cosa, cuándo por otra no había manera de dedicarse a las flores, pues siempre aparecía el Molinero a pedirle que fuera a hacerle algún recado, o que le ayudara en el molino. A veces el pobre Hans se ponía muy triste, pues temía que sus flores creyeran que se había olvidado de ellas; pero le consolaba el pensamiento de que el Molinero era su mejor amigo.

-Además -solía decir- va a darme su carretilla y eso es un acto de verdadera generosidad.

Así que el pequeño Hans seguía trabajando para el Molinero, y el Molinero seguía diciendo cosas hermosas sobre la amistad, que Hans anotaba en un cuadernito para poderlas leer por la noche, pues era un alumno muy aplicado.

Y sucedió que una noche estaba Hans sentado junto al hogar, cuando oyó un golpe seco en la puerta. Era una noche muy mala, y el viento soplaba y rugía alrededor de la casa con tanta fuerza, que al principio pensó que era sencillamente la tormenta. Pero enseguida se oyó un segundo golpe, y luego un tercero, más fuerte que los otros.

«Será algún pobre viajero», pensó Hans; y corrió a abrir la puerta.

Allí estaba el Molinero con un farol en una mano y un gran bastón en la otra.

-¡Querido Hans! -dijo el Molinero-. Tengo un grave problema. Mi hijo pequeño se ha caído de la escalera y está herido y voy en busca del médico. Pero vive tan lejos y está la noche tan mala, que se me acaba de ocurrir que sería mucho mejor que fueras tú en mi lugar. Ya sabes que voy a darte la carretilla, así que sería justo que a cambio hicieras algo por mí.

-Faltaría más -exclamó el pequeño Hans-. Considero un honor que acudas a mí. Ahora mismo me pongo en camino; pero préstame el farol, pues la noche está tan oscura que tengo miedo de que pueda caerme al canal.

-Lo siento mucho -le contestó el Molinero-, pero el farol es nuevo. Sería una gran pérdida, si le pasara algo.

-Bueno, no importa, ya me las arreglaré sin él -exclamó el pequeño Hans.

Descolgó su abrigo de piel, se puso su gorro de lana bien calentito, se enrolló una bufanda al cuello y salió en busca del médico.

¡Qué tormenta más espantosa! La noche era tan negra, que el pobre Hans casi no podía ver; y el viento era tan fuerte, que le costaba trabajo mantenerse en pie. Sin embargo era muy valiente, y después de haber caminado alrededor de tres horas llegó a casa del médico y llamó a la puerta.

-¿Quién es? -gritó el médico, asomando la cabeza por la ventana del dormitorio.

-Soy yo, el pequeño Hans.

-¿Y qué quieres, pequeño Hans?

-El hijo del Molinero se ha caído de una escalera, y está herido, y el Molinero dice que vaya usted enseguida.

-¡Está bien! -dijo el médico.

Pidió que le llevaran el caballo, las botas y el farol, bajó las escaleras y salió al trote hacia la casa del Molinero. Y el pequeño Hans le siguió con dificultad.

Pero la tormenta arreciaba cada vez más y la lluvia caía a torrentes y el pobre Hans no veía por dónde iba, ni era capaz de seguir la marcha del caballo. Al cabo de un rato se perdió y estuvo dando vueltas por el páramo, que era un lugar muy peligroso, lleno de hoyos muy profundos; y el pobrecito Hans cayó en uno de ellos y se ahogó. Unos cabreros encontraron su cuerpo flotando en una charca y se lo llevaron a casa.

Todo el mundo fue al funeral del pequeño Hans, porque era una persona muy conocida; y allí estaba el Molinero, presidiendo el duelo.

-Como yo era su mejor amigo, es justo que ocupe el sitio de honor -dijo el Molinero.

Y se puso a la cabeza del cortejo fúnebre envuelto en una capa negra muy larga y, de vez en cuando, se limpiaba los ojos con un gran pañuelo.

-Ha sido una gran pérdida para todos nosotros -dijo el herrero, cuando hubo terminado el entierro y todos estaban cómodamente sentados en la taberna, bebiendo ponche y comiendo pasteles.

-Una gran pérdida, al menos para mí -dijo el Molinero-, porque resulta que le había hecho el favor de regalarle mi carretilla, y ahora no sé qué hacer con ella. En casa me estorba y está en tal mal estado, que no creo que me den nada por ella, si quiero venderla. Pero, de ahora en adelante, tendré mucho cuidado en no volver a regalar nada. Hace uno un favor y mira cómo te lo pagan.

-¿Y luego qué? -dijo la Rata de agua, después de una larga pausa.

-Luego, nada. Éste es el final -dijo el Pinzón.

-Pero, ¿qué fue del Molinero? -preguntó la Rata de Agua.

-Realmente no lo sé, ni me importa, de eso estoy seguro -contestó el Pinzón.

-Entonces, es evidente que no tiene usted sentimientos -dijo la Rata de Agua.

-Me temo que no ha comprendido usted la moraleja del cuento -observó el Pinzón.

-¿La qué? -gritó la Rata de Agua.

-La moraleja.

-¡Quiere decir que ese cuento tenía moraleja!

-Pues sí -dijo el Pinzón.

-¡Bueno! -dijo la Rata de Agua muy enfadada-Pues debería habérmelo dicho antes de empezar. Y así me habría ahorrado escucharle. Y hasta le hubiera dicho igual que el crítico: «¡Psss!» Aunque aún estoy a tiempo de decírselo.

Y entonces le gritó muy fuerte: -«¡Psss!», hizo un movimiento brusco con la cola y se metió en su agujero.

-¿Qué le parece a usted la Rata de Agua? -preguntó la Pata, que llegó chapoteando unos minutos después-. Tiene muy buenas cualidades, pero yo, la verdad, es que tengo sentimientos maternales y no puedo ver a un solterón sin que se me salten las lágrimas.

-Siiento mucho haberle molestado -contestó el Pinzón-. El hecho es que le conté un cuento con moraleja.

-Ah, pues eso es siempre muy peligroso -dijo la Pata.

Y yo estoy de acuerdo con ella.


“The Devoted Friend”,

The Happy Prince and Other Tales, 1888


Si queres seguir conociendo al autor te proponemos que leas

 "10 datos que debes sobre Oscar Wilde"

https://www.infobae.com/america/cultura/2019/10/16/10-datos-que-debes-saber-sobre-oscar-wilde-a-165-anos-de-su-nacimiento/