SETENTA BALCONES Y NINGUNA FLOR
Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?
La piedra desnuda de tristeza agobia,
¡Dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?
¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?
Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave…
¡Setenta balcones y ninguna flor!
Baldomero Fernández Moreno (Buenos Aires, 1886-1950) fue, además de un gran poeta, un médico que pasó su infancia en España, la tierra de sus padres y regresó a Argentina a sus trece años. Un verdadero flaneur, esto es, un caminante -de la ciudad y del campo como apreciamos en su poesía- que traduce su andar en prosa. Un sentir porteño, un cultor del sencillismo (“Ordéname el pensamiento/—lo único que te pido—/para eso me lo has revuelto”), despojado de los barroquismos narrativos de la época, lo convertirán en un poeta único, querido y admirado. En días como estos donde los balcones han cobrado un protagonismo particular, recordamos a Fernández Moreno por su tan mentado poema.
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